El futuro es mullidito

Se avecina el invierno, los días cortos y las noches largas. Las cifras de contagios y de muertes baten récord de un día para el otro. Nos hemos acostumbrado a vivir así, en medio de la tragedia, generando anticuerpos sensibles para no morir de pena. Ahora todo pareciera afectarnos menos, aunque los números sean altos.

Hace mucho tiempo que no edito una película. Estoy cerca de cumplir un año. Después del último montaje vinieron algunas consultorías y piezas cortísimas que no llegaban a los diez minutos. Vinieron las clases virtuales de Bella Tarea y con ellas mi cordón umbilical al cine y al montaje, una forma de mantenerme conectada y no sentirme asfixiada por falta de aire.

Todo esto ha sido un duelo, doloroso como cualquier otro. Y sin embargo a veces me cuesta volver a imaginarme así, entregada en cuerpo y alma a un proyecto. Ya no sé si puedo editar cualquier cosa que me llegue. Nosotras también necesitamos que nos seduzcan. Porque nos la pasamos hablando del deseo de otres. ¿Y el nuestro, en qué lugar lo dejamos? ¿Adónde le permitimos llegar?

Las películas en Córdoba han vuelto a filmarse, pero no fui convocada para ninguna. El trabajo a distancia se multiplica y todavía hay gente que se horroriza de editar con quienes viven en una ciudad diferente. ¿Debería irme al centro o seguir en mi provincia? Nunca me imaginé viviendo allá, mucho menos pagando por segunda vez todos los derechos de piso. 

El covid nos dejó aislades, en la mayor soledad que hemos estado nunca. Y a las mujeres, es sabido, todo nos cuesta más. Atravesar una pandemia es más difícil. No tener trabajo ni estabilidad económica también. Sentirnos solas. Todo.  A veces me imagino una red de mujeres montajistas, que nos recomendamos las unas a las otras, pensamos juntas proyectos a futuro, compartimos la cotidianidad de nuestra tarea y podemos relatar eso y que alguien nos escuche. Que nos acompañamos, separando los problemas en dos y atacando cada una medio frente de batalla.

Últimamente me duelen los ojos, a veces siento puntadas agudas o basuritas que no existen, otras miro para el costado y veo que tengo la mitad del globo rojo. El oculista, que es un chico amable, me dijo que todos esos síntomas son de manual y que lo que tengo se llama ojo seco. También así lo llamaban los personajes del primer largometraje que edité. Ellas eran dos mujeres encerradas en una casa. Me imagino que no les hubiera costado mucho vivir una situación como esta, acostumbradas como estaban a no salir nunca. Cuando conversaban frente al espejo, decían que se les aparecían unas viboritas blancas. Yo nunca vi algo así, como tampoco volví a ver al director de esa película; la vida nos separó y fue definitivo. 

Al final, parece que después de los treinta es todo un problema de distancias. Si nos quedamos o nos vamos. Cuánto nos alejamos de las personas que hacen mal. Qué tan cerca estamos de nuestros propios deseos. Cuánto falta para construir un futuro cercano en el que podamos reposar un poco de la tragedia del mundo.