Cuarentena en la isla

No existe tal cosa como el llamado «mundo». Las personas solo pueden ver sus propias vidas y observar desde el punto de vista de sus propias experiencias. De modo que nuestras impresiones de la vida, son solo de nuestra propia vida y nuestras impresiones del mundo, son solo del entorno en el que vivimos.
Jia Zhangke, Senses of Cinema
I

Editar es siempre una tensión entre el adentro y el afuera. El primero es ese espacio tiempo un poco cavernoso y suspendido, donde necesitamos oscuridad, silencio y un dominio de las reglas del juego. El afuera, en cambio, es aquello que imaginamos como el mundo real, en donde las personas se mueven, se encuentran y llevan adelante sus vidas, unas en relación con otras. Y que hoy anhelamos más que nunca, porque no podemos elegir estar en él (somos libres cuando elegimos).

Quienes editamos hacemos del aislamiento un estilo de vida, ya que esas son las condiciones que se requieren para llevar adelante nuestra tarea. La finalidad de todo esto es que pueda suceder aquel deseado encuentro entre nosotres y el material. Pero, ¿qué es el material? Los planos, constituidos por imágenes y sonidos, que no son otra cosa que un recorte del mundo. Los planos contienen personas, ya sean reales o posibles. Y el transcurrir de una parte de sus vidas, que nos acerca a la comprensión del otre; lo que vive, lo que es, su forma de habitar un territorio y una cultura.

II

Trabajo de nuevo con el director de Buenos Aires que edita sus propios materiales. Es un gran montajista, lleno de intuición, libertad y desapego por las formas habituales. Antes de decirle lo que pienso, le dejo hablar sobre su propio corte y la estructura que ensayó antes de consultarme. Me dice que él ve «dos círculos oníricos que se dan sentido el uno al otro». Entonces me imagino dos burbujas de aire llenas de neblina, con partículas suspendidas en blanco y negro. El tiempo allí dentro, sin dudas, avanza más despacio.

En mi relación con lo que veo y escucho, puedo decir algunas cosas: hay un lugar que ya no existe. O mejor dicho, ya no es lo que era. Un alambrado separa a nuestro personaje de un escenario, donde recuerda haber sido feliz. La música ya no puede escucharse. Una vaca hermosa nos mira en primer plano, con ojos de un negro profundo. ¿Será lo mismo vivir en la tierra que venir del agua?

El otro personaje tiene los ojos achinados y casi siempre lleva una boina caída hacia el costado.  Vemos sus manos en plena faena, los órganos del animal son blandos y deben ser despegados de la carne. Hay vísceras, pero no se ve nada de sangre; la cámara la dejó fuera de campo. Cada tanto aparece el fuego y algo se transmuta de un estado a otro. O de un tiempo a otro.

Ahora debo dominar este material con cierto ingenio, formular estrategias para mantenerlo separado y decidir dónde va cada cosa. Prefiero armar de más (con criterios más delimitados), para después volver a desarmar. Pongo las cartas sobre la mesa y las miro de frente. Todavía no es el tiempo del azar. Me encuentro en el ojo de la tormenta. Paciencia.

Elaboro algunas hipótesis. Puedo suponer cierto principio que nos permita organizar las partes del conjunto. Disponer las cartas en otro orden y ver qué pasa. Una vez. Otra. Ensayo y error.  Es el momento de insistir, aunque nos abrume ese porvenir totalmente difuso. Saber que solo hace falta tiempo e ideas en reposo. Y diálogo entre mi mirada y la del director, claro. De allí irán surgiendo las pequeñas certezas.

Después sigo cosiendo, con una aguja fina y puntadas invisibles. Mi mano derecha es ahora más libre, se desplaza por una superficie suave y fluida de color gris claro. Hay algo más acuático en esta herramienta que no es el mouse, siento que dibujo cosas con los dedos, aunque en el monitor siga viendo los paneles y flechitas de siempre.

III

Editar, en este tiempo triste y sin rumbo, me hace volver al eje. Atravesar las horas desde el confín, pero con un señuelo: voy de esta zona a esta otra. El movimiento es pequeño, pero visible. “Hay que ir día a día”, decía el senséi.