El año de los diluvios

I

Este diciembre se inunda y los ríos crecen con aguas marrones. Hay un desborde, lo que no puede seguir siendo de la manera que era, la sensación de haber tocado fondo de nuevo. Me gusta que el año se esté yendo y no pare de llover, y haberme enterado hace poco que mi provincia es uno de los lugares del mundo en donde más tormentas de magnitud suceden. Y por eso vienen personas de otros países a estudiarlas, para ver por qué es aquí y no allá.

Anoche dormí en las sierras, el agua hacía sonar un techo de chapa y yo pensaba en mi isla, en esa rendija debajo de la ventana por donde entran pequeñas cataratas desde el sudeste. Temí abrir hoy la puerta y encontrar un charco espeso sobre el piso de calcáreo rojo. Pero al final el agua solo estaba dentro de mí, como siempre en este último tiempo.

II

La semana pasada tuvimos que cerrar una película el día de nochebuena. No había opción: las dos directoras viajan mucho y era el único momento en que coincidíamos las tres en la ciudad. Tocaron el timbre a media mañana; una trajo sidra, la otra pan dulce. Llegó la hora de almorzar y almorzamos. Hicimos el corte final y vimos la película por última vez. Después brindamos. Cuando se fueron, escribí el nombre de mis regalos de navidad en papelitos recortados para futuras estructuras. Me pinché con las ramas de un rosal blanco que era para mi mamá, y me quedaron tres puntitos rojos arriba de la boca. Afuera hacía 37 grados y yo barría los restos, las migas de la mesa y del piso, mientras la Tali me miraba desde una silla. Sentí que habíamos hecho una película nostálgica, pero no sabía si era la película o era yo misma. El secaplatos quedó con varias copitas dadas vuelta. Cuando volví a la isla, me puse a bailar los mismos temas que nuestres personajes bailan en la película.

III

Afuera no deja de llover y este año lloví tanto que pensé que me iba a secar toda por dentro. Me pregunto cómo se hace para defender nuestro territorio, sin que nadie se sienta ofendide. Cómo se pueden reconocer las cosas que no se negocian. Todo lo bello y todo lo triste que sucedió, el peso que representa cada uno si pudiera posarlo sobre mis manos. Las personas nuevas que llegaron, mi regreso a la palabra. El amuleto de mujer montajista que se perdió y luego volvió a aparecer.

Lo que tiene ese momento de la cortina de agua, es que parece que fuera a durar para siempre. Se instala como una certeza, aunque no sea verdad. Este fin de año tuve pocas energías y también migrañas, pero no sabía que se llamaban así. Un compañero editor tuvo problemas de salud por pasar muchas horas trabajando frente a pantallas luminosas. Muchas amigas estuvieron tristes y yo me sentí tan rota como ellas. Una mujer hecha de palitos, apenas de pie, caminando enclencle.

IV

Busco la épica de este año. El viaje a Europa por primera vez. Las clases en lugares hermosos. Decir que sí y aprender a decir que no. Creer que iba a escribir un libro. Que me publiquen por primera vez dos textos en papel. Que se filme una película en el barrio donde nací y saber desde el primer momento que yo iba a editarla, aunque eso estuviera fuera de los planes. Sentirme haciendo malabares entre los días del calendario, las horas disponibles y la cantidad de cosas a la vez. Tener muchas películas abiertas al mismo tiempo, reconociendo un nuevo frente de batalla: el de mi energía vital. Preguntarme si no será que estoy cansada de jugar siempre sola para mi equipo.

V

Se fue Agnès Varda y a su última película la vi en el Kino Internacional de Berlín, en una butaca de terciopelo azul, unas horas más tarde de que ella hubiese estado ahí respirando el mismo aire. Cuando terminó la función lloré y desde la estación de subte le escribí a mi amigo Iván: “La película es una carta de despedida”. Semanas después Agnés dejó este mundo, y yo le agradecí por habernos dejado a nosotres sus películas y por enseñarnos la libertad en el cine.

Se murió la Coca Sarli, yo nunca había visto una película suya. La conocí el mismo día en que me tocó presentar la función de Fiebre en La Quimera. Dije: es sobre una mujer que desea, todo el tiempo y en cualquier lugar.

Se fue también nuestro querido Jonas Mekas, el de los destellos de belleza, dejándonos esa especie de ofrenda que son sus películas-diario, tremendas compañeras de camino. Se fueron Anna Karina, Eva Landeck, Marlen Khutsiev. Todas despedidas cinéfilas.

VI

Se inunda el diciembre de un año intenso como pocos. Yo espero ansiosa a ver qué va a aparecer cuando las aguas bajen y el remolino deje de girar. Quizás después de construir lo que somos, sobreviene el trabajo cotidiano de cuidarlo, para que el viento no nos derrumbe.

VII

Mis deseos para el año nuevo:
Que el respeto esté delante de todo.
Que me llamen para trabajar en películas hermosas.
Que podamos hablar con mis directorxs, usando el mismo lenguaje.

Deseo que en enero haya escampado y podamos mirar a las estrellas otra vez.