Personajes encontrados

He comenzado a creer que las imágenes de archivo que guardo en los discos de Gallos rojos son de lo más hermoso que he tenido en años.

Recuerdo algo que me dijo Hermes una vez. Él andaba terminando su película Yatasto y yo editando mi primera serie documental, que se llamaba Nosotros campesinos. No era común que nos viéramos solos, pero ese día pasó por la isla de edición un ratito. Mi monitor tenía una imagen en pausa: era un plano corto de una mujer que recolectaba flores amarillas. Yo justo estaba queriendo cerrar un clip de final de bloque y me había acostumbrado a tratar esas imágenes como si fueran objetos. Dado que durarían muy poco, para mí debían ser bonitas y ya.

Hermes comentó que era una bella imagen, a lo que respondí que sí, que era hermosa, pero lo triste era que solo iba a durar dos o tres segundos. «La tele», decía yo, como si supiera. Y entonces Hermes, con toda su claridad, me dice: «Pero una imagen debería ser siempre una imagen, ¿no?». Una imagen debería ser siempre una imagen. Y ese debería ser un mantra para quienes trabajamos con ellas.

Creo que las editoras deberíamos aprender a ser más libres. Por suerte, trabajo con los directores de Gallos, que se aparecen con una propuesta encantadora: vamos a intervenir el archivo. Eso significa hacer lo que yo quiera con él. Entonces se abre el juego: puedo elegir un segundo de imagen y diseccionarla en sus 25 cuadritos, tomar una tijerita y recortar los bordes del costado para que se vea más de cerca a ese obrero ferroviario saliendo del taller, que de otro modo hubiera sido apenas una manchita negra e irreconocible en la esquina del cuadro.

Puedo modificar el tiempo, ralentizar, acelerar, detener, invertir la velocidad para que el movimiento se vea al revés. Espejar, superponer imágenes, una encima de la otra. Acercarme mucho a alguien que aparece en un pedacito del cuadro.

Alguien. Una persona equis que fue filmada en la calle, en su trabajo, en un acto callejero. Puede haber estado caminando, operando las máquinas de la fábrica o apoyando a su líder político. Siempre el registro es en el escenario de lo público. Y allí nadie elige ser filmado sin saberlo. Pero a principios de los años veinte, hay que ver quiénes tenían una conciencia real de lo que significaba ser mirado con una cámara.

Entre toda esta belleza blanca y negra encuentro una secuencia de imágenes de gente que se acerca a una carreta, donde llegamos a leer «FÁBRICA DE GALLETAS». Les entregan unas tortillas, hacen fila para eso, luego se van. Hay otro plano donde una olla popular humea y sirven porciones de comida a quienes las piden. Todo esto sucede en cuatro o cinco planos, que duran unos quince segundos en total. Es llamativo ver la vida callejera de esos imprecisos años veinte, la manera de vestirse, los peinados, todos los hombres con boina.

Ahora, esos cinco planos son mi materia prima. Me acerco, reencuadro, busco rostros. Son muchos que van y vienen, miran a cámara, algunos no entienden, a otros no les importa que los filmen mientras ya tengan su tortilla en la mano. Ralentizar me hace notar que todos andan medio tristes, y en eso descubro un personajito que aparece en todas las imágenes. No sé calcular su edad, podría tener unos 13 o 14 años. Quizá era más chico y parece de más. Pero lo cierto es que él está siempre, ha calculado desde dónde hasta dónde tiene que caminar para entrar en cuadro. Aparece en los planos generales, en los medios, en los cortos. Siempre entre la multitud: mira a cámara y sonríe.

Este niño anónimo logró robarse todas las cámaras de aquel noticiero mudo, y haberlo descubierto es un hallazgo de la operación de trabajo sobre la imagen. Ya han aparecido varios personajes más, como el obrero sobre la vía de tren que fuma de espaldas mientras llega la locomotora o el capataz con sombrero que mira una manifestación.

Vuelvo a pensar en la libertad, en la imagen considerada como found footage en lugar de como objeto y en que eso sea una decisión. En cada plano como verdadera materia viva, capaz de convertirse en un montón de imágenes nuevas y develar cosas que, de otro modo, no veríamos.

En la tele, en el cine o donde sea, vuelta al mundo después de renacer, toda imagen debería seguir siendo una imagen.