Las imágenes volvían a mí, como gotitas mojando la tierra

Voy a jugar a un juego: cierro los ojos. Espero a ver cuál es la primera imagen que se me viene de la película. El plano final. Bien, ese no se puede. A ver, más imágenes. Las llamo para que circulen de nuevo dentro de mí. Esto sucedía con frecuencia mientras estaba editando, pero ahora es distinto. La peli ya se estrenó en Mar del Plata, la vimos dos días seguidos en sala. Y entonces la despedí. Ahora la hago volver, y está bien eso. Entender qué es lo esencial para tener una pista por dónde empezar.

A ver, otra imagen: Martín camina por los pasillos de árboles que se forman dentro del monte. Lleva su sombrero de todos los días. Cada vez que corta una planta, lo hace con un movimiento seco y preciso como la gente de su pueblo, que repitió ese movimiento cientos de veces antes.

Me limpio un poco, como si me pasara un borrador dentro de los párpados. Voy de nuevo: Martín camina de espaldas mientras arrastra algo, la cámara panea lento hacia abajo y vemos un animal muerto. Pájaros negros vuelan en círculos sobre un cielo vacío. Acaba de aparecer Valentín. Ya era hora. Se ve su rostro de costado, detrás, el río y Martín fuera de foco. «El zorzal está preparando su canto», dice uno de nuestros personajes. Un yacaré se acerca a cámara. Valentín habla con la gente de una pequeña comunidad. Hay gallos.

Un anciano qom relata cosas del pasado, cómo cazaban, cómo se curaban. Martín lo escucha, quiere absorber ese relato con el cuerpo, que la memoria tenga a dónde volver. Hablan de un tiempo con lagos profundos y helados, lleno de peces de los que se alimentaban. Otro plano: cabras que miran a cámara, casi posando. Gritan con su voz de cabra. El detalle de un ojo, una mosca que vuela.

La camioneta avanza por un camino de tierra, de fondo atardece y el sol se desdibuja entre el polvillo. De ahí me voy a los árboles con humo, mi imagen iniciática: fue la primera que vi. Nunca más pude volver de ese plano. Reconocer una imagen entre otras, como si la hubiera estado buscando. Entender que en ese material quería quedarme.

Ahora hace mucho que no esta Martín. Lo traigo de nuevo: adentro de su pieza, mira el celular antes de dormir. Si, los qom también usan celular, o qué se pensaban. Haría una secuencia de rostros: de mujeres, hombres, niñes y jóvenes. Con la piel atravesada de surcos, tallada por el viento y el agua. Una historia secreta, que les pertenece a esos rasgos y no a nosotres. Qué más… un atardecer con el sol redondo y color rojo. Una luna llena dibujada en círculo. Más monte, más cabras. Árboles secos en contrapicado con un fondo de cielo azul.  Voces que vienen de otro lugar. Fuegos sagrados. Viajes que empiezan mientras se escucha una semilla. 

Este texto fue escrito cuando supe que iba a editar el tráiler de El árbol negro, terminado y corregido en esta noche de julio.