El tiempo pasa como un león rugiendo

En el medio de esta rueda cósmica de eclipses y crisis de todo tipo, debo reconocer que soy bastante afortunada. Primero, porque puedo decir que no cuando siento que una película no tiene nada que ver conmigo. Hace poco tuve que justificar esa decisión. Escribí a quienes me habían convocado diciendo que yo me dedicaba al cine independiente de autor. Y es totalmente cierto, solo que nunca lo había pensado así. Me dio tranquilidad entenderlo y poder nombrarlo. Y tomé dimensión de qué tan artesanal es este trabajo que hago todos los días en mi corazón de manzana. Plano sobre plano, sonido sobre sonido. Todo despacito, a un ritmo que elijo con mucha conciencia. Y aunque en sí creo que opero bastante rápido, lo importante es darle el tiempo necesario a todo lo anterior: el pensamiento que precede a cada corte. Por eso dilato los montajes en el calendario, siendo buena conmigo misma y, sobre todo, con las películas que edito.

Finalmente, llegan los premios: proyectos hermosísimos, directores apasionados y con claridad en lo que quieren. Hacía un tiempo que no respiraba de las certezas de mis directores, esos seres que se me sientan de frente y me dan la tranquilidad de que vamos por caminos correctos. Aceptan propuestas, afinan la búsqueda. Nunca pierden la brújula ni dejan de ver el horizonte. O solo les pasa de a momentos. Y es ahí cuando me siento útil y buena compañera. Escucharles pensar sus decisiones, ponerle palabras a su tarea, es una de las cosas que más me estimula para seguir.

«Hacer esta película fue un acto de fe», me dice uno de ellos. Otro decide salir a filmar una ciencia ficción mezclada con archivos, en un gesto de declarada desobediencia. El otro me llama desde muchos kilómetros de distancia, confiando por alguna razón en mi mirada e invitándome a participar en su proceso de montaje, que antes llevaba adelante en soledad.

Y sé que soy dichosa, que ese material que miré con mis propios ojos es un regalo, ese Remo que se brinda a la cámara y abre de par en par las puertas de su casa. La trolebusera rebelde que nos mira a los ojos. El muchacho que sobrevivió de muchas maneras.

Filmar una película para sanar lo que los demás quisieron hacer con nuestros deseos. Por eso ahora toca decidir con firmeza. Y no hay margen para volver a desoír lo que queremos: somos jóvenes y hermosis. Se nos va la vida en esto. El tiempo es ahora.