Me reporto desde el mundo inoxidable

nunca me interesaron mucho ni los aviones,
ni los cohetes, ni las motos, ni los autos.
pero, de repente, se abrieron todos esos mundos nuevos.

está lleno de conocimiento, este material.
con él, aprendí a nombrar las partes de un cohete:
el fuselaje, la ojiva, las aletas.
aprendí el procedimiento protocolar de un vuelo de prueba.
y la historia de la escuela de aprendices
que estaba en la fábrica de aviones,
donde también mi abuelo trabajó.

y archivos…
¡ah!, cómo amé aquellos archivos
que viramos a un sepia amarillento,
donde cientos de obreros trabajaban muchísimo
mientras un locutor narraba esos sucesos:

«el avión es trasladado a la pista»,
(y los obreros lo empujan con su cuerpo).
«trabajando siempre con esmero, van armándose los modelos»,
y allí un trabajador que se parece a tosco
actúa como si estuviera atornillando algo.
en el medio de su tarea levanta la vista a cámara y sonríe.
es hermoso, nuestro tosco del instituto aerotécnico.
después tenemos otro obrero que se parece a fidel,
y es imposible no reírse cuando aparecen.

en plena edición del capítulo alfa centauro.
tengo todo el material visto
y pintado de colores,
como quien cocina una noche tranquila
y corta todos los ingredientes bien pequeños,
los separa en cazuelitas
y los deja listos para tirar al wok.

así van mis timelines.

todo esta ahí,
listo para cocinarse
y dejar de ser un pedacito de algo.

pero aún faltan varios días de trabajo sola
y otras jornadas enteras
con fer sentado a mi lado
mientras en la misma sala trabaja el compañero paolo,
y hacia las cuatro de la tarde
no puede resistirse más la siesta
sin unos mates de yerba orgánica para los tres
y algún paquete de cerealitas.

y el fin de la jornada nos llega de improviso,
meta reírnos de tonteras,
de que me gusta el obrero que se parece a tosco,
de que rubén franke se va caminando
y lo saludamos con la mano.