Mirar, amar
ya casi estamos terminando la película.
hemos trabajado durante varios sábados de varios meses.
un día, llegan imágenes nuevas. tomo ese material y lo sumo al proyecto.
miro, elijo, separo. dejo en suspenso pedacitos sobre los que dudo.
hago un primer corte de eso.
es algo que filmó uno de los personajes con su camarita de video.
ya en casa, repaso las imágenes dentro de mí.
esa distancia las hace más claras, porque solo veo las esenciales.
entonces creo que falta él, su presencia.
recuerdo pocos planos que podrían incluirlo:
una mano que abre la cortina, un pie que aparece por error.
pero entonces me doy cuenta de que además está su mirada.
la cámara que se mueve, que no hace foco, que la busca a ella.
pienso en cómo resguardar la intención con que filmamos eso:
el amor por lo cotidiano, lo que no trasciende,
por el gesto simple de una mujer
colgando una cortina en la casa que alguna vez sería de los dos.
el amor presente en esa insistencia del mirar.
en el andar detrás de ella buscando retener su figura,
o hacer foco sobre su rostro, sus manos.
esa tarde que filmamos, nos reíamos de algunos logros
por considerarlos típicos de los registros noventosos.
por ejemplo, el modo entrecortado de filmar y cortar, filmar y cortar
como estilaban los aficionados de aquella época
que daban rec, stop y de nuevo rec
montando las imágenes dentro del mismo casetito.
pienso en todas esas cosas
y en los breves dos minutos que durará esta secuencia.
al otro día, vuelvo a la intimidad de mi sala de montaje.
modifico pequeños detalles del corte, vuelvo a mirar.
creo que ya puedo mostrárselo a fer.
él llega. preferimos ver la película completa.
nuestra mirada está fresca
gracias al tiempo transcurrido desde la última vez.
al terminar el visionado, decidimos ir primero a las otras cosas.
ajustamos tiempos, afinamos detalles.
la película parece una bella casa a punto de ser habitada.
podríamos pintar las paredes de color.
pero aún no, no está lista.
tomamos algunas decisiones inesperadas,
que realmente no ponemos en duda:
recuperamos un plano necesario,
sacamos el diálogo completo de una escena.
claramente todo se dirige hacia un relato más conciso, más potente.
llega, ahora sí, el momento de reeditar el video casero.
en realidad son imágenes en las que aparezco.
es la primera vez que debo montarme a mí misma.
fer señala: falta más rostro de ella.
alargamos más un plano, cambiamos los cortes para que siempre
la cámara tiemble antes y después de ellos.
casi me creo que eso lo filmó nuestro personaje.
pero sigue faltando más rostro.
entonces estiro un plano, que viene desde el balcón.
vemos su espalda (otra vez, mi espalda). ella entra, no se deja mirar.
la primera vez que usé ese plano le reemplacé su audio original,
porque hablábamos de otra cosa allí.
hay una cierta ansiedad rondando en el aire.
la película está cerca de terminarse, y estas imágenes son nuevas.
pareciera que solo queremos verlas a ellas ahora.
en esa efusividad, decido dejar un silencio temporario
debajo del plano recién estirado.
lo importante ahora es ver si ya tenemos el rostro que nos hace falta.
entonces miramos otra vez todo el video casero.
al llegar a la parte nueva del plano, sobreviene un vacío.
algo parece detenerse.
esa imagen sí que remite a un recuerdo.
es la nostalgia en estado puro.
ella se asoma al balcón – silencio profundo – da media vuelta –
regresa ambiente de ciudad – entra en la casa.
no tenemos dudas esta vez tampoco.
lo que buscábamos era eso. justo eso.
una vez escuché a agnès hablando sobre el «placer del azar repentino»
en el montaje. el lugar que merecía que le diéramos.
lejanamente, recuerdo también una secuencia súper 8
que naomi kawase incluyó amorosamente en el medio de suzaku.
todavía esas imágenes circularán dentro de mí por varios días más.