¿Dónde yace tu fuego escondido?
Para que un plano merezca la pena, es necesario que «algo queme en el plano». Eso que quema, es la vida y la presencia de las cosas y de los hombres que la habitan.
Primero que nada: tenemos un oficio, como cualquier otro. El senséi dice que trabajamos con el hacha y la madera. Uno de mis directores me dijo hace unas semanas, mientras se iba de la sala de montaje, que lo que estábamos haciendo era como tirar una piedra por un barranco y que esa piedra se iba a ir puliendo hasta llegar al corte final.
Durante mucho tiempo me pregunté si las películas tienen una especie de esencia o naturaleza elemental que las hace ser lo que son más allá de todas las miradas y las manos que intervinieron en ella. Las editoras, así como las directoras de fotografía o las asistentes de dirección, somos ante todo intérpretes de un deseo. Una DF brasilera me dijo una vez: «Somos médiums». Creo que el guion de una película, o ese primer corte que el director edita para calmar su desconcierto posrodaje, son para nosotras instrumentos de trabajo sobre los que nos corresponde mirar más allá. El subtexto, lo no dicho.
Porque la escritura se va transformando en cada uno de los tres nacimientos de la película: el guion, el rodaje y el montaje. Pero si hay algo que permanece, uniendo todo eso, es el deseo original que tuvo el director, ese impulso o fuego disparador de lo que vino después, un proceso que puede haber durado años y años y en el que nosotras aparecimos justo sobre el final, con todo el cansancio de ellos a cuestas.
Hace unas semanas, hicimos la proyección en sala de Mochila de plomo. Cuando salimos de verla, su coguionista Pipi Papalini me dijo que lo que más le gustaba era que la película le parecía muy honesta. «¿Con qué cosa?», le pregunté. Y me respondió: «Con el espíritu del guion».
Yo no sé si se pueden ver los espíritus de los guiones como si fueran un aura o si siempre puedo entender el deseo de un director. Pero sí creo que cuando me acerco a leer ese deseo es cuando puedo proponer algo más focalizado, más orgánico, en esos primeros corrimientos del lugar original que el director estaba pensando para montar la película.
El deseo se transforma en un faro orientador, y entonces es más fácil considerar juntos los caminos que se abren a partir de un material en bruto y decidir cuál vamos a transitar durante el resto del montaje. Nuestro trabajo consistiría en no perder nunca de vista eso que quema al director.
Me parece que cuando el deseo se cuidó hasta el final, las espectadoras y los espectadores lo sentimos. Debe ser por eso que algunas películas parecen contener algo vivo. Y nos devuelven la esperanza de que lo verdadero todavía puede existir dentro del cine.
Dedicado a mi senséi Ezequiel Salinas, que esta noche me mandó por mensajito la cita con la que abre el texto y que siempre me hace volver a pensar en el hacha y la madera.