Un día mi ciudad se cubrió de flores

I
No hay voces porque el pasado no habla, solamente lo podemos soñar y recordar.

Ese miércoles fue extraño, con un montaje suspendido en el tiempo y varias reflexiones sobre los espacios colectivos que habito. Cuando llegó la noche sentía una leve desolación, como la de ese principio del invierno que se avecina.

Salí a tomar el colectivo, vino rápido. Y mientras caminaba de la parada al cineclub, pensaba que ese mismo aire era el que debían haber respirado les jóvenes que hicieron el Cordobazo. Helado, típico de fines de mayo. Llegué a nuestro templo del cine. No era el estreno sino la última función de Lxs desobedientes. Entré a la sala casi con un sentido de urgencia y me quedé acurrucada en un rincón de la escalera, espiando la proyección. Quería ver una vez más esas imágenes en formato gigante y sentir las vibraciones del sonido y de la música interestelar atravesando mi cuerpo.

Hace tiempo no sentía tanto cariño por una película en la que estuve, eso de querer acompañarla todo lo posible. Era mi cuarta función y mientras más la veía, más recordaba cosas de cuando estábamos editando —hubo una pandemia entre el corte final y este día— repasaba decisiones, preguntas que nos hacíamos. Al finalizar la función Nadir, con su altura y elegancia, se paró frente al público. Estaba vestido de negro. Unos días antes me había dicho que cuando él miraba la película veía a todes sus amigues. Es que literalmente filmó así, con gente querida, no solo en el equipo técnico sino también delante de cámara. Después habló Ale Cozza y citó a Iván cuando dijo que Lxs desobedientes era una utopía distópica. «Es una idea muy precisa para pensar esta película», dice el Ale. Estamos frente a una sala repleta.

Esa noche estaba presente la hija de Atilio López y dijo que «el cordobazo se gestó en el comedor de su casa». Después contó que cuando vio el plano del mapa desplegándose se emocionó, porque eso mismo fue lo que ella había visto en la mesa unos días antes del 29 de mayo, a la edad de 9 años: un mapa y muchas manos encima de él. Se me cruza una idea fugaz por la cabeza: cómo hizo Nadir para traducir una imagen desconocida de la vida real en un plano de la película. ¿Habrá una especie de aura secreta que rodea a los acontecimientos para que sepamos cómo representarlos?

Después se hicieron comentarios y preguntas. A veces yo hablaba con el micrófono en la mano y no tenía miedo de equivocarme, porque con Nadir pensamos parecido en muchas cosas. Es como si viniéramos del mismo lugar.

En un momento, desde el fondo y con una luz tenue, pidió la palabra una estudiante que no llegaba a los veinte años y tenía un look desopilante: hablaba como influencer, tenía el pelo decolorado y un tapado de peluche. Preguntó cómo habíamos elegido el peinado de Alicia, teniendo en cuenta que la historia transcurría en el futuro y ese peinado era común y corriente, no era un peinado futurista. Entonces yo le conté que, por razones de presupuesto, era muy difícil construir la «sensación de futuro» a través del vestuario. Por eso finalmente la decisión fue hacerlo mediante el diseño sonoro. Le dije, sin recordar si era del todo cierto, que habíamos tenido que preguntarnos cómo se escuchaba el futuro. Así llegamos al banco de sonidos de la Nasa, a las distorsiones, a las atmósferas pesadas y extrañadas. «A veces la precariedad del material requiere encontrar respuestas estéticas», concluí.

II
Las cosas no se pueden decidir del todo antes del montaje, ya que en muchos casos el material arroja ideas nuevas, un cambio de camino. Hay ideas que se encuentran ocultas hasta que vemos el material y encontramos pistas que nos hablan de ellas.

El domingo se cumplieron 53 años del Cordobazo. Una señora contó que en ese momento ella estaba embarazada y por eso no pudo participar, tuvo que mirar todo desde la terraza. La mujer me miraba a los ojos cuando hablaba y me recordaba a las ex presas del Buen Pastor, por su generación y su claridad política. ¿Pero por qué me miraba a mí y no al director? ¿Porque soy mujer también?¿O será porque justo había hablado antes? Me recorrieron escalofríos durante toda su intervención. 

Luego habló otro señor con un relato en primera persona. Dijo que se había emocionado escuchando otra vez el sonido de los postes de luz. Un sonido metálico que estaba presente en los archivos, pero a mí me remitía a campanas graves y desafinadas. Nos contó que se trataba de ellxs mismxs golpeando los postes de la calle, ya que de ese modo se avisaban que estaba llegando la policía. Nosotres, plena generación 2001, habíamos pensado que eran cacerolas.

En esa misma función alguien preguntó sobre el montaje. Le conté que había sido dislocado en el tiempo, porque se editaba a medida que la película se filmaba y eso había sucedido en el transcurso de dos años. Entonces Nadir venía a la isla con el material y me relataba las escenas que habían hecho, ya que la mayoría no estaban escritas en ese mítico guion de ocho páginas con el que se largó al rodaje —y me doy cuenta de que una de las grandes cualidades del guion debería ser esa: dejarnos entender a cada escena como parte del total. 

Él hablaba, yo escribía con atención en mi cuaderno celeste. Después me ponía a editar las escenas de ficción, después miraba los archivos que teníamos y trataba de encontrar vínculos entre ese universo y el inventado por Nadir. Aparecían relaciones inesperadas entre un tiempo y otro. Y comenzaba a tejerse ese hilo invisible que convertía al pasado y al futuro en una suerte de presente continuo.

Pero yo iba como tanteando una pared oscura. No sabía bien lo que estaba haciendo. Solo seguía a Nadir, con esa confianza que se tiene en los directores en los que creemos. Entendía las escenas como unidad, pero no tanto la película como conjunto. Es posible que recién lo haya logrado cuando estábamos cerca de terminarla.

III
La isla también es ese lugar en el que se sostiene la esperanza cuando el director no ve con claridad lo que soñó en el material y el montajista le anima para que no deje de confiar en su sueño y en su trabajo.

La noche del estreno Male León, una compañera de La Quimera, presentó la película y manifestó ideas contundentes, con esa voz llena de convicción y delicadeza que tiene. Dijo cosas hermosas, habló de las tareas artesanales, de que hay algo táctil en el trabajo con el material que se siente al ver la película. Celebró el poder político que tiene la imaginación. También habló del vínculo especial, en esta película, entre las amistades y el cine. En la cena posterior nos sentamos en la misma mesa. Me dijo que, por algunas conversaciones que habíamos tenido, ella pensaba que para mí «las películas son también las personas que las hacen». Me quedé rumiando dulcemente esa frase. Las películas también somos las personas que las hacemos.

IV
La sensibilidad nos va a ayudar a entender el material y dejar que «hable por sí mismo». Los planos poco a poco comienzan a tomar sentido y es como si se antecedieran los unos a los otros por su propia cuenta.

Juan Redondo, uno de los cinéfilos más amorosos y sensibles que tiene esta ciudad, es también une de mis compañeres de La Quimera. El jueves posterior a la última función de Lxs desobedientes vimos Dawson City y a él le tocó presentarla. La película habla sobre el hallazgo de cientos de films de los años veinte que aparecieron enterrados en el fondo de una pileta en un pequeño pueblo canadiense. Uno de los fotogramas más conocidos tiene una pala llena de tierra desde la cual se asoma un pedazo de celuloide embarrado.

Juan dice que los pensamientos se ven favorecidos por el silencio. Las ideas son volátiles, se esfuman en el aire —pienso yo o dice él. Lo estoy escuchando atenta desde mi butaca, con una mezcla entre admiración y orgullo, porque tengo la suerte de que formamos parte del mismo espacio dedicado a cuidar el cine. Después se apasiona, como siempre que habla de una película, y hace todo un recorrido por la historia del registro, desde la imagen fija que no tenía cualidad de tiempo hasta la imagen cinematográfica que es capaz de representarlo. Y se pregunta en voz alta, ahora que todavía no tenemos cinemateca en la Argentina, ¿cuántas películas que nunca llegaremos a ver se habrán perdido? ¿quién se ocupará de resguardar las imágenes del presente, para que las nuevas generaciones logren dimensionar aquello en lo que consistió la experiencia humana de la época que nos tocó vivir?

V
Y es justo lo que nos sirve como montajistas: un material que hable y un director que conecte con su sueño. 

Hace un par de semanas alguien contó en tuiter, casi con orgullo, que había desaprobado a todes sus alumnes de abogacía. Nunca entendí si lo decía con alegría o con pena. Pero me pareció bien, a modo de humilde respuesta, seleccionar una serie de «aforismos» que escribieron mis alumnes en el último parcial que les tomé. Leyéndoles pienso que si pueden decir mejor que yo las cosas que intenté transmitirles, es porque voy bien; ya se transformaron en ideas propias y no en una repetición. Esas citas son las que encabezan estos pequeños pasajes.

VI
Ni una cámara puede totalmente contra el paso del tiempo y el olvido.

Las personas que aman el cine de verdad, esas cuya vida se organiza en torno a las películas —la realización, la crítica, los festivales, los cineclubes— es de la que me siento más cerca. De ellas y de las personas que editan.

Yo también leo estas palabras y encuentro los nombres de varies amigues. Si hacer cine con elles o no sigue siendo una buena idea, es algo de lo que aún no estoy segura. Sí de compartir todo lo que rodea a la vida cinéfila y el pensamiento de las películas, no solo de las que miramos sino también de las que hacemos.

Tampoco dudo de que escribo estas cosas para fijarlas, para poder recordarlas en un futuro cercano. Es como estar fabricando recuerdos. Quien dice que en un tiempo no estemos habitando el mundo en una realidad parecida a la de Alicia, la trolebusera de ojos azules que hace vivir a sus plantas con luz de veladores y escucha ruiditos de júpiter en el aire.